lunes, 21 de septiembre de 2009

LAS COSAS QUE CAMBIAN SEGÚN SE MIREN

Recientemente una persona que conozco ha roto con su pareja. Ha sido una especie de muerte anunciada, ya que por diversos factores externos, la atención de una de las partes se ha diluido bastante, causando gran desilusión en la otra. Así que ésta se ha cansado y le ha dicho “amiós”. Sencillamente se ha desencantado, quizá porque se ha cansado de estar siempre esperando y esperando algunas migajas de cariño. Cuando te acostumbras a quedarte con las sobras, es que ya no sientes lo suficiente. Supongo que él (el protagonista es un amigo mío) se ha cansado de esperar que su ya ex novia le hiciese algo de caso. Para saber un poco mejor lo que se siente, sería bueno que leyeseis mi cuento sobre el Madrid y el Barça, en este mismo blog.

El caso es que la novia de él tiene una canción que le gustaba mucho, que le había traído de cabeza hasta que (oh, Superpedro, siempre en auxilio de los necesitados) se la localicé y regalé envuelta en un lápiz de memoria. Por fin tenía su canción, era algo importante para ella.

Ahora, una vez todo se ha ido al traste (por ser del Madrid), esa canción carece del sentido original, pero mi amigo no puede evitar un pequeño estremecimiento cardiaco cuando la escucha, recordando tiempos pasados, no malos, pero fáciles de borrar. Eso es lo más patético del asunto. Que el tiempo ha hecho que sea relativamente fácil olvidar ciertas cosas.

Pues bien, el otro día escuché una versión de la canción en cuestión (al final desvelaré el misterio y diré cuál es) que me dio que pensar. Es una versión consistente en la base rítmica de una canción, y la letra de la original, cantada por el grupo original; se trata de cambiar la música a una letra ya conocida.

Le enseñé la canción a mi amigo. Y el estremecimiento cardiaco siguió. Normal, aún la herida es reciente y es totalmente natural, tampoco mi amigo es de granito. Pero puede que apreciara la diferencia.

Yo, al menos, que he vivido la historia en torno a la canción de forma totalmente ajena, cuan fantasma que ve sin ser visto, pienso que aunque es lo mismo, es totalmente diferente. Lo que quiero decir es que, estremecimientos aparte, esa canción llegó en un momento concreto, y su versión antagónica llegó en el momento justo para enseñar a mi amigo que las cosas se mueven. Que aunque parezcan iguales, pueden cambiar sin perder la esencia.

Esto, en el fondo, es algo negativo. Es como si dijese “sí, ella puede que te diga que va a cambiar, pero en el fondo será siempre igual de tonta”. Pero yo acostumbro a buscar el lado positivo de las cosas. “Es la misma en el fondo, pero puede hacer un esfuerzo para cambiar algo a fin de agradarte”. Ojo que no digo con esto que tenga que volver con ella, eso es decisión suya y solo suya.

Lo que extraigo de todo esto es que esta historia se puede extrapolar a todas las cosas de la vida. Cambias algo y no es mejor ni peor. Es sencillamente diferente. A veces no es suficiente con cambiar la música a la canción. A lo mejor hay que cambiar de canción. O quizá en lugar de cambiar de canción, hay que refrescar la versión… joer, qué trabalenguas.

Lo importante es tener el valor suficiente para hacer una cosa u otra. Como él ha hecho.

Dos cosas más. Tengo amigo libre, mandadme un correo para conocerle mejor. Es alto, guapo, listo, y con un potencial sexual importante. Por último, las canciones. La original es “Hotel California”, de los Eagles, y su antagonista es “West California”, de Mighty Mike. Si no la encontráis, decídmelo y os digo dónde encontrarla.

SP

miércoles, 2 de septiembre de 2009

LAS LUCES QUE SE VEN DESDE LEJOS

Hace poco leí que el ojo humano, traducido al cristiano, tiene una capacidad de aproximadamente doscientos cuarenta megapíxeles; si a esa calidad tan extraordinaria le añades el “toque personal” que las emociones dan a esas “fotos” que sacas con los ojos, entonces todos (o casi todos) somos unos auténticos artistas. Anda que no habrá buenas fotos por ahí.

Este verano, ya terminado a efectos prácticos porque se han terminado las vacaciones, lo he gastado, entre otros lugares y personas, en Portugal. Gran país, es una pasada su gente, sus sitios, sus pasteles y sus luces, objeto de este escrito que tienes entre tus ojos.

Nos quedábamos en una pequeña casita incrustada en otras tres más grandes, dentro de una especie de finca llena de árboles, a unos pocos minutos del Lago de Óbidos, que está aproximadamente a ochenta kilómetros de Lisboa.

Al estar más o menos elevada la casita en cuestión, la vista que ofrecían sus dos ventanas al exterior era excelente; consistía en árboles y más árboles por una, y el lago anteriormente citado, más árboles y la lejanía del horizonte por la otra. Y eso es lo que me dejó pensativo.

De repente me he dado cuenta de que una de las cosas que hace que un lugar me resulte confortable (ya he desistido de las camas que no sean la mía) son las luces que se ven por la ventana de lugar en el que esté. No las luces de las farolas de enfrente. Me refiero a las luces que se ven a lo lejos, de noche.

En este caso particular, lo que se veía a lo lejos eran las luces de casas que están al otro lado del lago, a unos dos kilómetros en línea recta. Si subías un poco el ángulo, podías ver las luces de otros pueblecitos costeros cercanos (Peniche, Óbidos…) y mientras fijabas tu vista en esos puntos lejanos, con el rabillo del ojo podías percibir la cadencia imperfecta de varias luces rojas. Yo me devanaba los sesos recordando que no había visto edificios grandes, y no hay aeropuertos ni nada parecido por la zona; pero allí estaban, al menos que se vieran desde la ventana, seis u ocho luces rojas parpadeando con extraña cadencia. 1…2,3…1,2…3… Tras varios días me di cuenta de lo que eran aquellas luces rojas.

Molinos de viento. De esos modernos para generar electricidad, que se ven a lo lejos y piensas “qué pequeños son” pero luego resulta que son secuóyicos (joer, mis palabras); vamos, igual de altos a una secuoya de esas que salen en la tele.

Los molinos se encuentran a cerca de treinta kilómetros de donde yo estaba, lo que me resultaba maravillante. Puntos tan lejanos estaban allí, cerca porque yo los veía. Y entonces me daba cuenta de mi posición, lejos de lo que diga cualquier gps posible. Mirándolas, me daba cuenta de mi posición exacta en el espacio, en el mundo. Las luces allí, y a treinta kilómetros, yo. Cuando hablas por teléfono con alguien dices “estoy ya en casa”, o “ahora mismo voy a la playa”, o “no te puedes imaginar en dónde estoy ahora”. Nada de eso es real. Las luces allí. Yo aquí, eso sí es real y perceptible al cien por cien.

Vaya rayada mirando las dichosas luces… qué extraña sustancia con tendría mi tabaco portugués??

Lo dicho, me sentí muy cómodo. Y lo que más me gustó es la conclusión a la que llegué. Las cámaras normales no pueden captar la intensidad de las luces que se ven de lejos. Sólo nuestros ojos pueden retener su imagen tal y como las queremos recordar, lo que a mí me parece alentador. Se necesita ejercitar eso que muchos tienen atrofiado por tanta cámara atestada de megapíxeles y tanto disco duro repleto de gigas. LA MEMORIA. Un punto alentador en algo en el fondo triste como es el paso del tiempo, el paso de los buenos momentos.

A veces, tengo miedo de perder la memoria. Perder tantos momentos, tantas buenas fotos.

Será mejor que compre otro paquete de tabaco portugués, a ver por qué me da entonces y así pienso en otra cosa...

SP