jueves, 14 de octubre de 2010

UNA GALAXIA EN UNA TAZA

El otro dia compré un café solo en la máquina de ídem que hay en la oficina. Lo de siempre. cuarenta y cinco céntimos, azúcar al máximo y selección 2, "café expreso largo". Unos pocos segundos y el complejo proceso de cultivo, mantenimiento, recoleccion, transporte, distribución, envasado, venta y puesta a mi disposición culminaba en forma de vaso deshechable color beige claro. Con mi vaso en la mano me dirijo afuera, prefiero tomar el aire un poco mientras me bebo el antioxidante.

De pronto, cuando miro al café antes de hincarle el diente al vaso, me doy cuenta de que la figura que hace la espuma tras dar vueltas con la paleta de plástico se asemeja bastante a aquellas galaxias que se ven en las noticias, en esos cortes en los que hablan de lugares remotos fotografiados por naves de nombre épico o aventurero (sonda explorer, o cápsula magallanes, o satélite josefa...); me quedé estupefacto. Cómo algo tan grande, al menos en la dimensión que en mi mente adquiere cuando lo pienso, puede caber en un simple vaso de
café de máquina?? y lo que es más inquietante, cómo una galaxia ha llegado a mis manos??

Si estás leyendo esto seguramente pienses que el café era más bien algún licor fuerte; pero si en este planeta alguien sigue mis escritos o, aún peor, me conoce personalmente, no se sorprenderá ante mi manía de alterar la realidad de cosas tan simples.

Sigo con lo mío. Allí estaba yo, con mi café y mi galaxia, sin saber tan siquiera si era ético por mi parte bebermela. Me sentí como deben sentirse aquellos que se creen con poder sobre la vida de las personas; dictadores, policías, presidentes de comunidad de vecinos y gente en general; cuando miro la tele y veo el poco valor que muchas personas le dan a la vida de otros similares, no puedo evitar sentirme en cierto modo, cómodo. Cómodo ante la imposibilidad de ser más que nadie, o acaso parecerlo. Alguien me dijo una vez que si piensas de modo simple corres el riesgo de convertirte en simple. Puede que sea simple. Pero para mí es cómodo. Y en el fondo, según mi educación de persona normal-humana, es lo más natural del mundo. Es lo que debería ser. Nadie es más que nadie, nadie es mejor que nadie.

A estas alturas, ya se me había enfriado el café lo suficiente como para tomarlo antes de ser inútil en mi estómago; suspiré, musité un "lo siento, amigos" (lo dije conscientemente, tan cierto como que estoy vivo) en voz baja para que nadie me tomase por loco, y me bebí de dos tragos el café, la galaxia y a todos sus hipotéticos habitantes.


Como epílogo a mi extraña aventura, pensé en que realmente una vida, una civilización, una existencia, se puede ir al garete en tan poco tiempo como te tomas un café. Es lo más triste de todo.

Ahora comprendo por qué estuve todo el día con ardores...

SP

miércoles, 22 de septiembre de 2010

EN EL FONDO SOY UN ROMÁNTICO

Los que me conocen un poco saben que soy, más o menos, selectivo con la música que escucho; no me gusta, por lo general, la música en español, y he denominado "musica de ritos apareatorios" a esos temas mezcla de soul, hip hop y vete tú a saber qué más que cantan los chicos y chicas más chupis del momento.


Sin embargo, hoy, entre estos caracteres, confesaré que muchas veces sucumbo ante lo menos selecto (o lo que públicamente consideraría como lo peor) que el panorama melódico puede ofrecer. Si es que en el fondo soy un romántico.


Puede que sea por mi circunstancial estado de ánimo, estos días son de ajetreo profesional y de desazón emocional, el caso es que llevo más de dos días (eso es mucho ya para mí) escuchando ciertas canciones que en un estado normal me resultarían deleznables por lo tontas, ñoñas, simples y previsibles en lo lírico y en lo instrumental; el caso es que las escucho porque en el fondo me evocan momentos que quisiera que se repitiesen, o aún peor, momentos que me gustaría haber vivido realmente en mis propias carnes. Situaciones como las que se plantean en las canciones, igual que en las películas, que resultan ciertamente increibles.


Tristemente, considero que nadie se puede enamorar de la forma que, por ejemplo, se enamora Laura Pausini en su canción "la soledad", de las primeras que llegaron a España de la italiana, en la que lloraba más que Jeremías por su chipichop que se había ido a vivir a otra ciudad: "no tengo ganas de estudiar, por tí mi pensamiento va"... vaya gilipollez de los cojones... aunque ,por poner otro ejemplo aún mas friqui, aún no he conocido a ninguna mujer de este planeta que hable de su chipichop como Marcela Morelo en su "tormento de amor": "tiene los ojitos color miel, y una fragancia tibia, tan tibia en su piel...". Joder, vaya ejemplos. Menos mal que en este nuestro país está abolida la pena de muerte.


Como decía, muchas veces estos días he estado escuchando estos temazos. Sobre amor(Laura Pausini ya citada), desengaño (Wham, "where did your heart go"), muerte incluso (Charlie Winston, "calling me", o JoanManuel Serrat, "si la muerte pisa mi huerto"); he llorado, he pensado que quizá hubiese sido bueno vivir alguna de esas historias en persona, ser amado por alguien de ese modo tan intenso, sufrir por el ser amado y ser tan amorosamente correspondido... aparte de otras muchas canciones entre las que destaco varias al final.


Cuando releo las líneas escritas pienso que soy un friki, vaya ejemplos mojón estoy poniendo. Pero tengo la sensación de que todos tenemos ese lado más "tonto" en todos los aspectos. Sí, lo guay es que te digan "oh, el último álbum de morcheeba me parece más ecléctico que el anterior" (qué será ecléctico, por díos!!!???)", pero poca gente dice "pues a mí me gusta Juan Gabriel" ("inocente pobre amigo" me pone los pelos de punta), al menos de forma abierta. Es más "in" lo primero.


Siempre se tiende a comparar lo que tenemos con lo que vemos fuera de nuestra casa. Emocionalmente hablando, cuando miro fuera no encuentro nada mejor, ya que todo me parece insultantemente monótono; de hecho, mi vida emocional se podría considerar, por decirlo de un modo bastante ajustado a la realidad, como original; aunque no pase por su mejor momento. En muchas cosas mi vida es diferente a las demás. Así que si quiero comparar, cosa que va unida al ser humano, me voy a esas estúpidas canciones en las cuales ni mi vida ni la de nadie tiene nada que hacer. Vaya amor! Vaya pasión! Vaya diversión! Vaya envidia!


Así que animo a todo aquel que haya llegado hasta aquí en la lectura, que se lance y escuche aquella canción olvidada en lo más hondo de su memoria (o de su vergüenza, jejeje), o que si no puede escucharla de nuevo porque no la tiene a mano, al menos la tararee un poco. Un buen tazón de melancolía a veces sienta bien con tanto frío emocional que hace en esta época.


Yo, por mi parte, creo que será mejor que empiece otra vez con música electrónica. Esa sí que nunca me falla. Simple, machacona, repetitiva... por lo menos no lloro...


ESCUCHAS RECOMENDADAS PARA ENTENDER ESTE ESCRITO

GEORGE MICHAEL - Father Figure

ROXETTE - You don´t understand me

LUIS MIGUEL (lo siento!!) - Por debajo de la mesa

BEBE - Me fui

BONNIE RAITT - You ain´t gonna break my heart again

(Mejorando un poco...) VETUSTA MORLA - Copenhage(siempre pienso en K cuando la escucho...)

(Lo dejo ya, chacho, que voy a perder las pocas amistades que me quedan...)

SP

miércoles, 21 de julio de 2010

APADRINAR ES MODERNO

Si, lo digo yo que acabo de apadrinar a una niña de un pueblo indio vete tú a saber en qué rincón perdido de aquel país, por mucho croquis que me manden. Para mí eso es lejos y nada más.

Un concepto curioso el de apadrinar a un niño remoto. Remoto por lo lejos. Das tu número de cuenta, te pasan los recibos y te mandan una foto y dos o tres cartas al año. Tú puedes escribir y/o mandar regalos, siempre que no sean ostentosos o políticamente incorrectos (tengamos en cuenta que en esos pueblos lejanos no viven como nosotros). A partir de ahí, te puedes fiar o no.

Yo, a la gente que se lo cuento, siempre me dice que “eso no llega a los niños, cualquiera sabe a dónde va a parar tu dinero”; lo puedo aceptar. Puedo aceptar el miedo, la reserva a mandar dinero tan lejos sin saber qué se va a hacer con él. Lo único que queda es la fe en el buen trabajo de tantas y tantas organizaciones que tanto se preocupan, al menos cara a la galería. Nosotros hemos escogido una ongd (la d es de desarrollo) bien conocida, lo que aparentemente habría de ser garantía. El hecho de que te inviten (previo pago, claro está) a visitar el lugar donde supuestamente va tu cuota mensual también tranquiliza, al menos a mí. Así que he adquirido un compromiso de diez años para con una niña india de ocho, en virtud del cual una miserable parte de nuestras ganancias en forma de cuotas mensuales (esto es un proyecto familiar) van a parar al conjunto de la comunidad donde está la niña en cuestión; lo que me parece mucho más razonable que otras propuestas mucho más utópicas y, por tanto, algo más inverosímiles. Se hace un fondo y se usa todo el dinero para hacer cosas por y para la comunidad. Pero nada de dar paquetes de arroz con un dibujito de una madre abrazando a un niño. Sanidad, enseñanza, técnicas de agricultura, cosas realmente prácticas. Nada de quitahambres.

Le pensamos enviar lápices, cuadernos, todo lo que se nos ocurra. Cosas que aquí no tienen mucho valor. También le escribiremos una carta. Llevo mucho tiempo pensando en qué le pondría. La verdad, no encuentro las palabras apropiadas para decirle que mi ayuda es más o menos sincera. Cómo tapar el hecho de que, en cierto modo, esto tan moderno de apadrinar a un niño suena a calmar esa parte de nuestra conciencia que nos dice todos los días que no valoramos lo suficiente las cosas que tenemos, material y personalmente. Supongo que le gustará lo que le mandemos. Y cuando vea nuestra foto quisiera que pensase que lo que hacemos, el pequeño compromiso adquirido con ella, con su familia, es real y desinteresado, no nos mueve ninguna redención conciencil (toma el inventa-palabras!). Porque esto es, sobre todo, voluntario.

Nombres impronunciables. Conceptos obtusos para nosotros (poblado, tribu, casta… jooder, esto no es real). Pero cotidianos para ellos, gente que en el fondo son como nosotros. Aunque muy lejos. Pero como nosotros. Ver la foto de nuestra nueva “hija” me dice que hay que agotar los esfuerzos de que este puto mundo sea algo mejor cada día. Ahí van mis dieciocho euros al mes para ello.

SP

TÍAS PUTAS!!

Cuando tenía unos seis o siete años, mis padres, en un pequeño viaje, me trajeron como recuerdo un coche de juguete. De esos pequeños, a los que se les abrían las puertas de delante y no tenían matrícula, cosa que a mi siempre me extrañaba mucho. Yo siempre he sido muy aficionado a los coches, de todas las formas y colores. Mayúscula era, pues, mi alegría por recibir aquel regalo. Era domingo por la tarde.

Al día siguiente, mi padre iba a la barbería y me preguntó si quería acompañarle; gustoso accedí porque él siempre me dejaba libertad de movimiento para poder jugar a mis anchas en la calle con mis coches, además la barbería estaba rodeada de altas aceras que hacían de estupendas carreteras para mi nueva adquisición. La ocasión perfecta para hacerle un buen “rodaje”.


Dicho y hecho. Salí a la calle. Era noviembre, recién anochecido, y había llovido un poco, por lo que la calle tenía esa pequeña capa de extraña suciedad característica de un día gris, mezcla de agua, polvo y neumáticos. Me dispuse a acercarme a una acera próxima que parecía una pista perfecta para mi propósito. Pero un bordillo traicionero me hizo perder el equilibrio y el poder sobre mi pequeño coche. Salió disparado directamente al centro de la calzada, donde los coches (los de verdad) pasaban con asquerosa frecuencia. Se lo iban a cargar.


Y así pasó. Un coche rojo oscuro pasó encima de mi pequeño coche, convirtiendo mi precioso deportivo en un triste sándwich de metal y plástico. Por lo menos rodaba.

La cuestión, y es lo que me marcó para siempre, es que pasó una pareja de mujeres con niños y me vio con la cara completamente desencajada. Mi terror era absoluto, indefinible aún tras más de veinte años que han pasado. Recuerdo que una de ellas se ofreció a ayudarme y recuperar mi coche, ya maltrecho pero expuesto a un nuevo envite de cualquier otro vehículo; y yo no me atrevía a cruzar solo. Pero la otra mujer reía a carcajadas mirándome y decía a la primera que se dejase de tonterías, que iban tarde. Mi salvadora probable se convirtió en fallida. Se fue sin ayudarme. Allí estaba yo, pensando en que si cruzaba, casi mejor que me atropellara antes que llegar a casa y que vieran el coche recién comprado como un guiñapo. Tías putas!

Respiré hondo y me lancé a la carretera. Los coches me pitaban, yo corría. El pobre cochecito yacía herido de muerte y yo me acercaba, mientras corría. La carretera no se acababa. Los coches se me acercaban y yo no paraba, en pleno paroxismo. Como aquellos corredores de relevos, me agacho rápidamente y tomo el coche-guiñapo. Sigo corriendo hasta estar a salvo al otro lado de la calle. Si me hubiesen hecho un electrocardiograma en ese momento, hubiese chafado los fusibles.

El resto de la historia es corto. Volví por el paso de peatones a mi punto de origen y callé. Callé hasta hoy, cuando transcribo lo ocurrido y reflexiono sobre todo. Llevo reflexionando sobre aquello toda la vida. Respecto al pobre cochecito, le di una digna jubilación en un pequeño desguace que monté en su honor. Nadie supo jamás qué le pasó al coche.

Y ahora que soy algo más alto que entonces, me planteo el hecho de ayudar a alguien en apuros como una forma de curar la herida causada aquella funesta tarde-noche. Más aún siendo padre. No existe en mi mente escenario posible donde no ayudase a mi pequeña hija ante el más estúpido de los problemas; por supuesto que no lo digo por mi padre, que el pobre era ajeno a todo lo ocurrido mientras le pelaba el buen Julián, que en paz descanse. Seguro que me hubiese ayudado. O no, eso no me preocupa. Me preocupa que yo alguna vez en la vida pueda ser igual que cualquiera de esas dos personas que no me auxiliaron. No me lo perdonaría nunca.

Quizá esté todo un poco sacado de quicio, lo se. Tiendo a analizar en exceso las cosas que me pasan hasta sacarles una punta que quizá no tienen. La cuestión es que tengo rachas de fe en la raza humana, pero si me hubiesen ayudado esas dos pájaras, a lo mejor mis rachas buenas serían más largas. O sencillamente, más.

SP

viernes, 18 de junio de 2010

(SIN TITULO)

Cinco y media de la mañana. Maldito despertador. Y si fuera para otra cosa, pero para esto, para despedirla… para eso no gusta madrugar. Unas buenas vacaciones. Una buena juerga en ciernes, eso sí es una buena razón para madrugar. Pero para decirle adiós… no.

Y se va porque yo lo quiero así. Hay amores que no funcionan, y hay que tener los bemoles suficientes para decir basta sigue cariño con tu vida que yo seguiré con la mía porque estoy harto de tus caprichos y de tus necesidades de tremenda italiana sabedora de tu belleza que me hace sufrir mientras otros te miran y yo me muero de celos y a la vez de orgullo por tenerte cerca pero ya no puedo más con esto… y así puedo seguir hasta el infinito. Tal es el resentimiento que llevo dentro. O a lo mejor es la mala leche por el madrugón.


La conocí hace cuatro años. Ha llovido desde entonces (especialmente en el norte). Era como esas personas que siempre has visto en tu ciudad, en tu barrio, o eso es lo que piensas, y de repente se han metido en tu vida hasta la cocina. Un amor a primera vista, que diría un estúpido. Esas cosas no existen, hombre. Yo creo que los amores se van formando con el paso del tiempo, no hace falta demasiado. Dos, tres, cuatro miradas, cinco, seis, siete palabras, ocho, nueve, diez años más y quizá la cosa funcione. Anda que estoy positivo.


Pero yo a lo mío. Hoy se va y, como buen caballero voy a despedirla como se merece. Con un adiós muy buenas. Mentira; sufriré, estoy seguro; la veré marcharse de mi lado, de mi existencia, para verla a lo mejor en alguna remota fotografía. Porque cualquier cosa que no sea a mi lado será lo mismo que remotísimo.


Llego al punto de encuentro para el fin. Llega su transporte. No cruzamos palabras, o puede que yo no las escuche. Aunque es curioso, sí escucho las voces de mis compañeros, que me hablan sobre tonterías, quizá para intentar quitar hierro al asunto, poner algo de miel a la hiel. No lo consiguen. O sí?


La verdad es que el sueño hace que no esté muy atento a nada, tengo la memoria ram suficiente para aguantar con los ojos abiertos y el corazón cerrado para no morir, a pesar de todo, de tristeza por su marcha.


Mi adiós, incluso mi caricia leve, y mi sonrisa amarga son lo único que se cruza entre nosotros. Nada de reciprocidad. Ella callada, como de costumbre. Quizá me reprocha que la deje ir, así de fácilmente. Quizá si yo le hubiese pedido que se quedase… quizá… no. No y no, se va y se tiene que ir y yo me tengo que quedar aquí solo, sin ella. Estaré bien. O no?

Diez, cincuenta, cien, mil metros. Nunca serán suficientes mientras la siga viendo en la lejanía. Se ha ido, aunque no la he visto desaparecer. Por tanto, técnicamente no se ha marchado aún. Una curva traicionera me devuelve al hecho consumado. Ahora no la veo, ahora sí que se ha ido.


Volveré a mis quehaceres, será lo mejor. Mis papeles, mi teléfono, mis conversaciones sobre quién sabe qué. De repente, en mi mente se cuela una intrusa. Mi pequeña hija. Son las siete, ahora estará dormida, vaya suerte que tiene la tía. Y en mi preciosa mujer. También ella reposa en brazos del colchón, nada de Morfeo. Ese que se abrace a otra, mi mujer ya está cogida.


Dejo marchar una parte de mi existencia. Un sueño de juventud (uno de tantos, estúpida juventud) que aunque breve y desaprovechado, me dio muchas alegrías.

Me siento en mi escritorio. Empiezo a trabajar. “Amigos, ahora sí puedo decir que he vendido la moto, mi queridísima vespita; ya se la han llevado; espero que tenga una buena vida allá donde va”. Silencio respetuoso, muchos saben lo que la quería. Pero también saben que ella estaba muerta de aburrimiento por mi culpa. Y a una hembra de ese calibre, no se la puede tener aburrida.


SP

lunes, 24 de mayo de 2010

DE AGUAS Y AGUADORES...

La pasada semana acudí a una reunión, dada mi condición de componente del programa HOGARES VERDES que se desarrolla a nivel nacional (en España), por el que se trata de dar a conocer unas pautas a seguir relacionadas con el ahorro energético, el buen uso de los recursos naturales, y la forma de disminuir nuestro impacto como consumidores incontrolados de esos recursos sobre nuestro maltrecho planeta tierra.

De lo que allí se habló, no muchas novedades. Que el planeta no aguanta nuestro ritmo de vida (ojo, el de paises desarrollados, si todos consumiésemos como los paises más pobres, otro gallo nos cantaría), que el agua potable es solamente un tres por ciento del agua disponible, etcétera etcétera... hay más cosas de las que hablaremos en posteriores reuniones.

La auténtica novedad, al menos para mí, era cuantificar de forma tangible y real la cantidad de agua que se necesita para la elaboración de cosas tan simples como por ejemplo, una taza de café (el contenido). O una botella de agua (el continente). O un kilo de ternera, esa por la que pagamos doce eurazos en cualquier restaurante y nos parece caro. Yo ya sabía que se consume más agua de la razonable; pero no pensaba en el panorama tan desalentador que los números me iban a dar.

Empezamos. Para fabricar una botella de agua normal, de litro y medio, sumando el proceso de fabricación, empaquetado, almacenamiento, transporte, distribución y procesado del envase para su llenado (recordemos que hablamos solamente del continente, no del contenido), una sola botella se chupa 7 LITROS de agua. La tía guarra!! Eso quiere decir que para fabricar una botella de agua, se han gastado más de cuatro veces y media su contenido. Sarcástico.

Segunda parte. Para tomarte un cafelito, antes de eso, habría que pararse a pensar en lo que ha pasado antes de que esté en tu taza. Imaginemos. Yo soy Juan Valdés. Siembro el café, le doy de comer a mi burrito, recojo el café, lo transporto hasta el almacén, cobro una miseria por deslomarme todo el año cultivándolo (eso es otra historia para no dormir), lo suben en un contenedor que va en un buque (que aprovecha, por cierto, para limpiar los depósitos en alta mar, total barco más o barco menos, no se va a notar), se tuesta, empaqueta, etiqueta, encaja, embolsa... y así mil verbos más hasta que lo tengo en mi cafetera expreso o microondas si es soluble. Total: 140 LITROS de agua para obtener una sola y solitaria taza de café. Toma del frasco, Carrasco. Del frasco de café.

Ultima parte. Para esto me ahorro escribir tontamente, el proceso a menudo es el mismo, aunque cambiando quién come de ello y lo que come. Un kilo de carne de ternera = 16.000 LITROS DE AGUA.

Esto es para el agua. Contabilicemos ahora el aire, la tierra, el espacio que ocupamos cada uno en este planeta. Yo, por mi parte, poco puedo hacer, al menos que se vea de forma clara. Además, la sensación de insignificancia de mis modestos logros me causa una desazón difícil de apaciguar. Por eso el grupo HOGARES VERDES, al que animo a todos que se unan, al menos de forma simbólica. Uno solo parece como que no cuenta mucho, pero quince familias pueden dar unas cifras algo más aceptables; más bonitas.

Como decía yo en la reunión, esas quince familias que componen el programa pueden extender el mensaje.


Como digo, individualmente poco puedo hacer. Pero hago. He puesto reductores de agua en los grifos, he instalado bombillas de bajo consumo en las lámparas, riego poco y de noche. Lavo el coche una vez cada dos meses (eso, además de por ecología, es por dejadez, jajajaja). Voy a trabajar andando o en bici al menos por las tardes, y comparto coche con una compañera de trabajo (una semana el suyo, otra semana el mío). Reducimos emisiones y gastos, que también hay que decirlo.

El lema del programa es algo así como "ANTES DE INTENTAR CAMBIAR EL MUNDO, DATE UNA VUELTA POR TU PROPIA CASA". Eso, en todos los aspectos de la vida, no solo el que he tratado en esta entrada, debería ser frase de referencia para todos. Miremos un poco dentro para dar mayor valor a lo de fuera.

Salud y ecología!!!

SP

sábado, 24 de abril de 2010

EN PEQUEÑAS TARDES COMO ESTAS...

Ese es el título que prometí poner a los protagonistas de esta entrada para describir una pequeña tarde. Pequeña por el tiempo que duró nuestra reunión, que por otro lado ha quedado suspendida "sine die" hasta algún momento en el que aprovecharemos para cenar y cogernos una buena y convincente cogorza.

La cuestión es que mientras estaba con ellos, pensaba en el tiempo que ha pasado desde que comparto oxígeno con ellos, en lo que ha llovido desde que los conozco, y sentía muchas cosas a la vez. Por un lado, pena por los momentos pasados, que vistos bajo el caleidoscopio del tiempo, parecen muchos más vistosos y maravillosos que cuando ocurrieron, allá por el pasado. Por otro lado, cierta resignacion por el hecho evidente de que jamás nada volverá a ser como fue. Nuestros mundos, los de los tres, han cambiado demasiado en todos estos lustros y ya no queda más que ponernos de acuerdo; antes, estar juntos era lo natural, la consecuencia normal de estar vivo. Estabas con ellos o estabas durmiendo. Así de simple.

Quizá la palabra no sea resignacion. Esa palabra lleva implícita una connotación negativa que no me convence. Pero es la mejor definición que se me ocurre para lo que sentía. Seguro que aquellos que miramos atrás en el tiempo con nostalgia, melancolía, alegría y en general una mezcla de cosas buenas y malas, saben qué digo cuando digo "resignación".

Uno de mis compañeros de pequeña tarde era J. Nos conocemos desde que recuerdo que conozco a alguien, y es mi mejor amigo. No en el sentido de que estoy todo el tiempo con él, o que nos cambiamos la ropa (sería complicado, ciertamente; yo soy ligeramente más orondo que él...). En los últimos meses he llegado a la conclusión de que un mejor amigo tiene que ser aquel con quien te pones al día en un rato, aunque haga semanas que no le ves. Hacen falta muchas horas para perfeccionar esa habilidad entre dos personas y llegar a ese nivel de simbiosis, al menos esa es mi opinión. Con J, la simbiosis es perfecta. Buen pájaro para compartir nido.

Otro sentimiento era positivo. Sería algo así como calma. Calma porque siento que en otra época de mi vida estaría desazonado porque no me veo con mis dos compinches con la frecuencia que quisiera. Incluso aunque no depende de mí porque ellos tienen sus propias vidas, en otro momento de mi vida me sentiría culpable, responsable por no propiciar que nos viésemos más. Pero ahora sentía calma. Porque estabamos juntos y punto. El destino, o el gobierno, o alguien ahí fuera había propiciado que estuviésemos un rato charlando de muchas cosas en ese momento, en ese punto del globo, entre aquellas personas que nos rodeaban en aquel momento.

Mi segundo coprotagonista es P. Es mi primo, algunos meses mayor que yo. Si tengo que decir algo sobre nosotros como camaradas, solo decir que teníamos la costumbre de pedir la cena allá a donde íbamos. Hubo una noche que cenamos tres o cuatro veces. O aquella vez que hicimos un concurso de a ver quién comía más croquetas. Gané yo por dos. Catorce a doce. Con el tiempo, los sesenta kilómetros que nos separan se convirtieron en muchos más, aunque siempre que nos vemos nos alegramos y compartimos nuestras nuevas aventuras en solitario; éramos uña y carne, en lo bueno y en lo malo (buenas trastadas hemos hecho alguna vez), y siempre tuve la esperanza de estar con él una tarde como mi pequeña, como nuestra pequeña tarde. Menos mal que no lo he perdido del todo. Sería dificil perderse sus historias "escatológicas". Un tipejo de valor incalculable.

Finalmente, todo esto me hizo valorar mi vida como una vida más o menos buena. Porque me daba cuenta a medida que mi vaso se iba vaciando de que en el fondo, tras tantos años, pocas cosas cambian las relaciones entre las personas si el pegamento que las une es bueno. J y P están pegados a mí con días de música, con masa de croquetas, con anís, con chocolatinas robadas del Pryca, con viejas novias, con millones y millones de historias inacabables, no inacabadas. Eso, me guste o no, es inevitable. Ya pasaron y no volverán. Solamente hay escribir juntos nuevas historias.

Cuándo quedamos??

SP

miércoles, 27 de enero de 2010

LA GENTE TIENE GANAS DE "ENREAR"

Esta expresión tan típica de mi pueblo es lo que se me viene a la cabeza cuando escucho noticias como la que leí ayer.

Resulta que en una escuela o algo así (no voy a dar detalles, me parece de mal gusto) ubicada en Cataluña, han publicado un folleto o algo así. El folleto ha sido editado solamente en castellano, y resulta que el gobierno autonómico (les guste a los catalanes o no) ha puesto a esta escuela o algo así una multa de mil doscientos euros por no poner el folleto en catalán. Imagino que será por no poner el folleto "también" en catalán además de en la lengua patria.

Como es lógico en este nuestro país, se ha liado parda en un momento.


Yo tengo mi opinión bien formada acerca del tema este de los catalanes y sus cosas de catalanes. En mi opinión son habitantes de una región con historia propia e independiente del país en el que están integrados, lo que les causa una desazón desmesurada cuando la ves desde fuera, pero que considero algo débil cuando estás en aquella maravillosa tierra.

Es igual que cuando la gente piensa que en Bilbao la gente se va disparando, o los coches van explotando a medida que recorres la ría, o las siete calles... o que tu delicioso pastel (es que allí hay una repostería muy buena, doy fe) va a estallar por los aires en nombre de la sobrevalorada "nación vasca". Buena vasca están esos hechos (hablo de los tristes terroristas, por supuesto)... y digo sobrevalorada porque ninguna tierra, por grande o próspera que parezca, vale una sola vida humana. O una sola pierna amputada. O una sola lágrima.

Pero volvamos al asunto.


Dejando las polémicas interesadas aparte, sí me llama la atención hasta qué punto a la gente le gusta crear problemas o simplemente un debate excesivamente acalorado sobre cualquier cosa., en ocasiones hasta llegar al insulto o mucho peor. En cualquier ámbito de la vida, hay que ver lo que le gusta a la gente meterse en cuitas estúpidas. Un ejemplo que ilustra bien mi idea:

- Qué calor hace, chacho!
- Si, la verdad es que sí, aunque yo no estoy mal. Pero pon si quieres el ventilador.
- No, si tú no tienes calor, no lo voy a poner... (léase cierto sarcasmo)
- Hombre, yo no tengo calor, pero si tú tienes... pues ponlo, a ver si te vas a asfixiar por mi culpa... (el nivel sarcasmil sube de forma exponencial)
- Vamos, que no te pienses que soy yo aquí el dueño de esto, si quieres ponerlo bien, y si no, pues no (aquí ya hay una irritación visible en ambas partes).
- No, si tú no eres dueño de nada, así que lo pongo si quiero, claro. Pero no lo pongo porque soy más educado que tú y punto.
- ...

Y así hasta el infinito. Es muy fácil iniciar una discusión. Lo difícil, en mi humilde opinión, es saber cuándo pararla. Y más aún, manejar la situación para que al final, o mil años después, no te explote en las manos.

En el caso que nos ocupa desde el principio, objetivamente se trata de una empresa o persona o lo que sea que ha vulnerado una ley autonómica que dice que en Cataluña hay que escribir las cosas que se escriben en las dos lenguas cooficiales vigentes. Subjetivamente, él o ella ha pensado que su criterio es mejor, y que la mayoría de gente se iba a volcar con la causa. Para mí es una causa perdida. O debería serlo, ya que, nos guste o no, las leyes están para cumplirse, aunque no nos gusten.

Personalmente, si yo fuese catalán, me preocuparía cobrar a final de mes, tener gasolina en mi coche, disfrutar de los míos... vamos, de lo que yo pienso que la gente normal se preocupa. Y no tanto de cómo me ven o como quiere alguien que se me vea.

SP

jueves, 7 de enero de 2010

SALIR CON MÁS DE TREINTA

Con el paso del tiempo, cuando uno ya ha llegado a un status vital determinado, con algún que otro número de más en la edad, hijos y lo que conlleva todo lo anterior (ver otras entradas mías), salir por ahí de juerga se convierte en algo extraño; por lo inusual de la cuestión (hay que ver qué pronto se pierde la costumbre) y por lo que puedes llegar a sorprenderte al ver ciertas cosas y/o personas que en otro momento, con otra edad, no te llamarían la atención lo más mínimo.

Pero lo que me ha llevado a escribir esto es el hecho de salir, como he dicho al principio, con una edad considerada “no adolescente” y mezclarte con gente más joven que tú. Es justo lo que me pasó una de las últimas veces que he salido de jarana.

Estábamos en una nueva sala de conciertos que abría con un grupillo de funk o algo así que sonaba bastante bien. Llegamos, una copa. Ya estaban tocando hacía unos minutos. Nos colocamos convenientemente, escuchamos, un cigarro. Otra copa. Otro cigarro. Uf, otra copita. Esto es un problema, me entran bien los gin-tonics estos… estábamos colocados justo detrás de media docena de jovenzuelos que no pasarían de los veinte. Es cuando una de mis compañeras de viaje nocturno me susurró “hay que ver, viendo a los niños estos me siento una vieja”. Y me quedé pensativo.

Pensaba, por un lado, en que las mujeres se suelen obsesionar bastante con eso de la edad. Objetivamente, si los niños tenían veinte, entonces dieciocho años los separaban de la autora de la frase, que se dice pronto. Pero en el fondo, yo no veía tal diferencia. Huelga decir que los hombres no somos tan rebuscados y, por otra parte, para mí no hay tal diferencia de edad porque en mi humilde opinión, eso es algo relativo. Tengo amigos de treinta y dos, como yo, que son más críos que los que tenía delante en el concierto, o más viejunos que mis propios padres, como dice mi mejor amigo.

En resúmen, salir cuando eres “mayor” te deja muchas sensaciones, muchas reflexiones. A mi me deja algunas ideas.

Primera conclusión, que se disfruta mucho más saliendo de forma tan peregrina, imagino que será por la falta de costumbre; antes era algo más habitual. Todos los viernes, sábados y vísperas tocaba salir y ponerse ciego, había eso o eso. Ahora me puedo ir a cenar, o puedo ir al cine, o al teatro, y ver después un concierto, o irme incluso a un hotel a pasar la noche, pero siempre con más libertad. El presupuesto es algo más holgado que entonces. Pero aparte del dinero, hay más. Más bagaje personal, más historias vividas, más sabiduría en definitiva. Y el hecho de tener casa propia, donde la independencia hace que te sientas más relajado, más libre de actuar. Y también más calentito en invierno (así quién quiere salir??).

Segunda, que las diferencias de edad se difuminan en cierto modo. Contrariamente a lo que pensaba mi amiga, para mí no hay diferencia cuando se está, por ejemplo, en una sala de conciertos. En la calle, un día normal, puede que sí. Nuestras vidas son totalmente diferentes, con distintas prioridades, distintos intereses (el mío es del 8% para el préstamo del coche). Pero ahí, en esa sala de conciertos, todos somos una misma cosa, gente que va a disfrutar.

Y tercera, que hasta cierto punto veo comprensible el concepto botellón en un mundo en el que un copazo en condiciones cuesta cinco euros como poco. Por lo que me gasté en cinco cubatas de ginebra cara, me hubiese comprado una botella entera para mí solo. Otra cosa para discutir sería por qué un adolescente tiene buenas razones para embotijarse todos los fines de semana.

Pero vamos, a eso ya llegaré cuando mi hija tenga esa edad. Horror!!

SP