jueves, 7 de enero de 2010

SALIR CON MÁS DE TREINTA

Con el paso del tiempo, cuando uno ya ha llegado a un status vital determinado, con algún que otro número de más en la edad, hijos y lo que conlleva todo lo anterior (ver otras entradas mías), salir por ahí de juerga se convierte en algo extraño; por lo inusual de la cuestión (hay que ver qué pronto se pierde la costumbre) y por lo que puedes llegar a sorprenderte al ver ciertas cosas y/o personas que en otro momento, con otra edad, no te llamarían la atención lo más mínimo.

Pero lo que me ha llevado a escribir esto es el hecho de salir, como he dicho al principio, con una edad considerada “no adolescente” y mezclarte con gente más joven que tú. Es justo lo que me pasó una de las últimas veces que he salido de jarana.

Estábamos en una nueva sala de conciertos que abría con un grupillo de funk o algo así que sonaba bastante bien. Llegamos, una copa. Ya estaban tocando hacía unos minutos. Nos colocamos convenientemente, escuchamos, un cigarro. Otra copa. Otro cigarro. Uf, otra copita. Esto es un problema, me entran bien los gin-tonics estos… estábamos colocados justo detrás de media docena de jovenzuelos que no pasarían de los veinte. Es cuando una de mis compañeras de viaje nocturno me susurró “hay que ver, viendo a los niños estos me siento una vieja”. Y me quedé pensativo.

Pensaba, por un lado, en que las mujeres se suelen obsesionar bastante con eso de la edad. Objetivamente, si los niños tenían veinte, entonces dieciocho años los separaban de la autora de la frase, que se dice pronto. Pero en el fondo, yo no veía tal diferencia. Huelga decir que los hombres no somos tan rebuscados y, por otra parte, para mí no hay tal diferencia de edad porque en mi humilde opinión, eso es algo relativo. Tengo amigos de treinta y dos, como yo, que son más críos que los que tenía delante en el concierto, o más viejunos que mis propios padres, como dice mi mejor amigo.

En resúmen, salir cuando eres “mayor” te deja muchas sensaciones, muchas reflexiones. A mi me deja algunas ideas.

Primera conclusión, que se disfruta mucho más saliendo de forma tan peregrina, imagino que será por la falta de costumbre; antes era algo más habitual. Todos los viernes, sábados y vísperas tocaba salir y ponerse ciego, había eso o eso. Ahora me puedo ir a cenar, o puedo ir al cine, o al teatro, y ver después un concierto, o irme incluso a un hotel a pasar la noche, pero siempre con más libertad. El presupuesto es algo más holgado que entonces. Pero aparte del dinero, hay más. Más bagaje personal, más historias vividas, más sabiduría en definitiva. Y el hecho de tener casa propia, donde la independencia hace que te sientas más relajado, más libre de actuar. Y también más calentito en invierno (así quién quiere salir??).

Segunda, que las diferencias de edad se difuminan en cierto modo. Contrariamente a lo que pensaba mi amiga, para mí no hay diferencia cuando se está, por ejemplo, en una sala de conciertos. En la calle, un día normal, puede que sí. Nuestras vidas son totalmente diferentes, con distintas prioridades, distintos intereses (el mío es del 8% para el préstamo del coche). Pero ahí, en esa sala de conciertos, todos somos una misma cosa, gente que va a disfrutar.

Y tercera, que hasta cierto punto veo comprensible el concepto botellón en un mundo en el que un copazo en condiciones cuesta cinco euros como poco. Por lo que me gasté en cinco cubatas de ginebra cara, me hubiese comprado una botella entera para mí solo. Otra cosa para discutir sería por qué un adolescente tiene buenas razones para embotijarse todos los fines de semana.

Pero vamos, a eso ya llegaré cuando mi hija tenga esa edad. Horror!!

SP

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